Título: Un año en el otro mundo
Autor: Julio Camba
Editorial: Rey Lear
Colección: Literatura Rey Lear
Año de edición: 2009
Número de páginas: 184
Precio: 15'95
Como explico en la introducción de América para los no americanos, son muchos los europeos que, siguiendo la estela de Tocqueville, viajaron a los Estados Unidos y plasmaron por escrito las sensaciones suscitadas por esta visita, por el choque entre la comparación de dos sociedades tan distintas como eran las de los llamados "Viejo Continente" y "Nuevo Mundo". Dentro del ámbito de la literatura española, uno de los primeros y, sin duda, más originales cronistas de esta nueva realidad americana fue el periodista gallego, Julio Camba, quien siendo un joven reportero viaja a los Estados Unidos en 1916, enviado por el diario ABC para ocupar la plaza de corresponsal en Nueva York.
Desde la "Gran Manzana" envía Camba una serie de crónicas en las que describe sus vivencias y experiencias en lo que él llama "el otro mundo". Con su personal ironía y un dominio del humor insuperable, Camba nos pinta unos retratos de la ciudad, de las costumbres y de las gentes americanas que constituyen un testimonio impagable de esas primeras décadas del siglo XX en las que los Estados Unidos experimentan su mayor crecimiento y su consolidación como potencia mundial. Acostumbrado a viajar por Europa, Camba hace gala de su vasta cultura y, tomando como referente lo que ha visto en Europa, se sorprende y nos sorprende con todo tipo de anécdotas y de detalles que llaman su atención y que nos acercan a su particular visión del "espíritu americano".
Como explica Ignacio Carrión en el prólogo a esta edición de Un año en el otro mundo publicada por Rey Lear, el estilo de Camba no es el de un escritor solemne y retórico, sino el de un escritor que con una mirada que escribe, un cronista de estilo ágil y sencillo, maestro de la concisión y la intuición. Como el mejor Baroja, Camba prefiere la exactitud y la frase corta a la retórica pedante y sobrecargada, al estilo ampuloso y repetitivo de algunos de los periodistas de su época. Como demuestra en todas estas estampas americanas, en los detalles de la vida cotidiana es donde se conoce el sentir de una sociedad, el alma de un pueblo. Cualquier elemento es indicio para Camba, que lo convierte con su análisis en símbolo de la cultura americana: desde la inmensidad de unos rascacielos que horrorizan al turista en su primera contemplación pero lo maravillan en su espectáculo luminosos durante la noche, hasta el carácter mecánico de una civilización en la que todo se reduce a lo material y lo quantitativo, pasando por la curiosa y extraña afición de los yankees - los "Estados Engomados" - a mascar chicle en cantidades industriales.
Julio Camba no figura en muchas historias de la literatura española; no es un autor de tronío dentro del panorama de las letras hispanas, ni tiene una obra maestra que haya quedado en la memoria. Sin embargo, y situado en el contexto del periodismo posterior al de su época (mejor no hablar del actual), la calidad literaria alcanzada por la crónica periodista en Camba es más que notable, no solo por su proverbial capacidad para captar lo anecdótico y hacer de ello algo intuitivo y genial, sino también por el calado de algunas de sus reflexiones que, lejos de la superficialidad que se les suele atribuir, perduran en el tiempo con una inusitada vigencia, demostrando la perspicacia de su autor en el momento de formularlas.
Como ejemplo de la actualidad de Un año en el otro mundo, reproduzco a modo de conclusión unas palabras que escribe Camba en la introducción y en las que alude a una idea - la importancia de abandonar los prejuicios con que los europeos miramos a los Estados Unidos - muy similar a la que me sirve de hilo conductor en América para los no americanos:
¿Cómo no habrían de producirme una mala impresión los Estados Unidos? Fuera de la mecánica, apenas si existe allí nada verdaderamente importante. La cocina es pésima y la literatura abominable. Las muchachas, muy hermosas por lo general, tienen para el europeo el inconveniente de carecer de psicología. Imposible sentimentalizar con ellas. El amor ha sido sustituido con el fox-trot y con el one-step. No existen tradiciones americanas, ni existe siquiera un paladar americano. Las ciudades son horribles en Norteamérica. La vida es áspera y espantosa.
Pero, a la larga, uno comienza a sospechar que, si en América faltan muchas cosas, acaso sea porque los americanos quieren prescindir de ellas. Es decir, que tal vez no se trate de una civilización defectuosa, sino de una civilización distinta a las civilizaciones del viejo mundo. Y, si ellos es así, nosotros cometeríamos un error al juzgar la civilización americana por comparación a la nuestra (pp. 23-24).
Es un libro interesantísimo. Los escritores inteligentes tienen el don de la anticipación. Un análisis imprescindible de la sociedad norteamericana de entonces, qúe continúa absolutamente vigente. Un placer de lectura
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