19 noviembre, 2010
El Madrid de Eduardo Laporte
Ayer por la noche llegué a Valencia procedente de Madrid, donde he estado unos días haciendo un viaje relámpago en el que he unido el placer del reencuentro con viejos amigos, con unos "negocios" - no el sentido económico, sino en el laboral/profesional - que, a la postre, han resultado igualmente placenteros. El motivo principal de la visita ha sido mi asistencia como oyente al III Simposio "Memoria, Narración y Justicia", organizado por la línea de investigación del Instituto de Filosofía del CSIC, "JUSMENACU" (Justicia, Memoria, Narración y Cultura). Durante las dos mañanas que he pasado en el CSIC pude conocer a investigadores de renombre como Juan Pimentel (Científico Titular del Instituto de Historia del CSIC, especialista en historia cultural de la ciencia y autor de un magnífico libro del que aquí he hablado), José María González García (Profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC y autor de libros de referencia sobre la relación entre literatura y sociología que servidor ha citado en alguno de sus trabajos), Fernando Bayón (Profesor de Filosofía en la Universidad de Deusto y autor de dos originales libros sobre los que también he escrito) o Juan José Villarías (Científico Titular en el Instituto de Lengua, Literatura y Antropología del CSIC), que con su diligencia y buen hacer me ha facilitado mi presencia en el Simposio y la documentación necesaria para justificarla.
La verdad es que, como le comenté en confianza a Juan Pimentel, tenía otra idea preconcebida - quizá influenciado por lo "bien" que se habla de esta institución en determinados sectores de mi facultad - sobre lo que era el CSIC. Nada más lejos sin embargo. Me he encontrado con gente amabilísima, de un trato exquisito y de un nivel intelectual y una erudición que les hace merecedores del cargo que ocupan como personas dedicadas en exclusiva a la investigación y a su difusión. En ese sentido, ha sido todo un acierto el asistir al Simposio y establecer estos lazos de contacto que intuyo muy productivos para el futuro. Lo mismo puedo decir de la gente del Departamento de Historia Contemporánea de la UNED con los que mantengo bastante trato desde hace unos meses, a raíz de varios proyectos que hemos compartido y en los que todavía andamos. En esta visita a Madrid también me pude reencontrar con la profesora Ángeles Lario (coordinadora de un libro del que aquí he hablado) y pude conocer a gente como Juan Avilés, Hipólito de la Torre o Ángel Herrerín. Aunque fueron encuentros más cortos de los que a todos nos hubiese gustado, lo cierto es que la impresión que me llevo de todos ellos es inmejorable.
Capítulo aparte en esta ronda de contactos que he hecho merece mi encuentro con el profesor Juan Pablo Fusi (Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense, ex Director de la Biblioteca Nacional y un largo etcétera de cargos y méritos que todo el mundo ya conoce), que tuvo la enorme amabilidad de recibirme en la Fundación Ortega y Gasset, donde mantuvimos una amigable conversación sobre temas que iban desde la burocracia universitaria (gracias a la amabilidad de mi ex profesora y actual compañera de Departamento, Teresa Carnero, tendré la suerte de poder hacer una estancia de investigación el próximo mes de febrero en Madrid, con el propio Juan Pablo Fusi) hasta nuestra común afición a la obra de Pío Baroja y a la relación de éste con el gran José Ortega y Gasset, a quien Fusi ha estudiado en profundidad. La verdad es que las buenas referencias que tenía de Don Juan Pablo, como me gusta llamarle, se quedan cortas ante el buen trato y la amabilidad que el profesor Fusi ha tenido para conmigo desde la primera vez que hablé con él.
La otra parte de esta visita a Madrid me ha llevado a reencontrarme con viejos conocidos. El miércoles fuí a comer con mi amigo Dani Hervás, antiguo compañero en el honrado gremio de los camareros de bodas, bautizos y comuniones, y alginetense emigrado forzosamente a la Villa y Corte por motivos laborales. Por la noche, tuve un encuentro barojiano con el periodista y joven escritor navarro, Eduardo Laporte, editor del blog El náugrafo digital, crítico literario de Ojos de Papel y colaborador del periódico El Correo de Bilbao. Digo que el encuentro fue barojiano porque, además de nuestra común querencia a la literatura del autor de El árbol de la ciencia, Eduardo es en sí mismo un tipo muy barojiano; no solo comparte con don Pío parte de su trayectoria vital (ambos se instalaron en la capital procedentes del norte de España, con la noble intención de encontrar su sitio y de paso lograr "hacerse un nombre", como se decía en los cafés literarios del Madrid de fin de siglo), sino que las reflexiones que publica periódicamente en su blog tienen mucho que ver con ese estilo sincopado y espontáneo del Baroja en estado puro, el de esas reflexiones autobiográficas a contrapelo que forman ese delicioso volumen que es Juventud, egolatría.
Algunas de estas reflexiones, que Eduardo Laporte ha recogido y publicado en su precioso libro Postales del náufrago digital (Prames, 2008), acompañadas por un emotivo prólogo del no menos barojiano Miguel Sánchez-Ostiz y por las sugerentes ilustraciones de Valero Doval, nos muestran, como han coincidido en señalar varios lectores de la obra que sobre ella han opinado, la inteligencia de un tipo sagaz que mira y se interroga sobre el entorno de un Madrid insólito en el que, como gustaría de decir Paul Eluard, conviven varios mundos en uno mismo. Con ironía socarrona y con ésa, su capacidad personal e intransferible para fijarse en los detalles - las pequeñas cosas - aparentemente nimios de la gran ciudad, Laporte consigue conformar en su libro un fresco del Madrid contemporáneo que es el Madrid de a pié, el que yo mismo he podido disfrutar y sufrir durante estos tres días. Es la ciudad vivida por un robinsón urbano (ya Ortega y Gasset decía de Baroja que era un robinsón perdido entre la masa), pero es también el desconcierto de un analista fino que, por lo que dejan intuir sus reflexiones, ama y odia la ciudad a partes iguales. Como dijo Joaquín Sabina en un hallazgo feliz que ha hecho fortuna, el Madrid al que he vuelto esta semana y que ahora digiero con la ayuda de estas postales escritas por Laporte es una ciudad "invivible pero insustituible"; una ciudad que te llama y atrapa, para horrorizarte y hastiarte luego durante un tiempo, hasta que vuelves a sentir el deseo de sentirte otra vez "peatón de Madrid", por usar el título de una de las secciones del blog de Eduardo.
Como dice Sánchez-Ostiz en el prólogo a las Postales del náufrago digital, Laporte es un "columnista de prensa sin columna", un notario de la posmodernidad que escribe "al dictado de lo cotidiano" y que, a diferencia del 99% de los habitantes de la gran ciudad, se toma su respiro diario para plantearse un "porqué" o, como diría mi querido Eduardo Galeano un "para qué", para qué seguir en la lucha del día a día, pudiendo dejarlo todo y abandonarse a la masa amorfa, al calor del nietzscheano rebaño en el que a veces se convierte la multicultural y multirracial marabunta urbana capitalina. La respuesta la da Laporte con ese ingenio suyo del "Partido de las Pequeñas Cosas", esa utopía política de un futuro en el que lo importante será precisamente eso, lo menudo, lo palpable, el detalle. Ahí creo que radica la originalidad de Eduardo Laporte y de su libro, en este llamarnos la atención sobre la poesía de lo cotidiano, sobre la posibilidad de una utopía que, como dice Galeano, no sirve para otra cosa sino para caminar eternamente hacia ella, sin hallarla nunca pero yendo siempre a su encuentro: caminas dos pasos hacia la utopía y ella se aleja dos pasos más allá; vuelves a darlos y ella se vuelve a alejar. ¿Pará que entonces esa entelequia de la utopía? Pues justamente para eso, para obligarnos a caminar...
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Ahíto de felicidad, quedo.
ResponderEliminarY de gratitud.
No añadiré más.
Bueno, una palabra: febrero. Y ciertos desmontes, sí, barojianos, que me gustaría recorrer. Tengo ganas de patearme ciertas latitudes de la ciudad que no he tenido ocasión de patear; si te apetece meterte en esa excursiones de tintes quien sabe si arrealistas cuenta conmigo.
un fuerte abrazo
Eduardo
No lo descartes, Eduardo. Se supone que es una estancia de investigación, de horas y horas en los polvorientos archivos, pero que mejor investigación barojiana que aventurarnos por esos bajos fondos madrileños descritos en "La Busca" y tomarnos una tarta Sacher en Viena Capellanes, la panadería que el propio Baroja regentó en su día. Espero que haya tiempo para todo...
ResponderEliminarUn abrazo igualmente.
Paco
Llego hasta aquí haciendo corta travesía desde Isla Laporte. Buena mar. Tiempo agradable. La maniobra de atraque es muy sencilla y el paisaje, variadísimo.
ResponderEliminarVeo una referencia a Chateaubriand y me pregunto si puedo obtener algo de información: Leí la recensión de Alianza en el 2005 y veo ahora éstas de Cátedra de 1600 páginas aprox. El caso es que El Acantilado publica otras de 2800 páginas. Las dos llevan un texto de Fumaroli que se las arregla para ser salsa de todos los guisos. De estas dos últimas y olvidando al proliguista ¿una está mejor que la otra? La que se reseña en tu blog ¿Es comprable? ¿Está bien anotada etc?
Gracias de antemano. Creo que me quedaré a dar una vuelta. Saludos a Eduardo de mi parte.
Pues gracias por la parada en este puerto, Passy.
ResponderEliminarLa edición de Cátedra no lleva prólogo de Fumaroli; lo cito en mi reseña como estudioso de Chateaubriand, pero no tiene nada que ver con esta edición. La edición de Acantilado es, como todo lo que hace Jaume Vallcorba, de una calidad exquisita y de un precio igualmente exagerado.
¿Que si la edición de Cátedra es comprable? Tal y como está el mercado editorial, sí. Quiero decir que también me parece cara, pero teniendo en cuenta como está el patio, se puede pagar: es una edición en tapas duras y resistentes, algo incómoda de manejar por su voluminosidad, pero la edición es ciertamente buena y está profusamente anotada; no con notas bibliográficas (de la que son muy útiles al erudito, pero no al lector común), sino con notas explicativas, de las que amplían información sobre el texto, ya sean aclaraciones con datos biográficos sobre los personajes citados, vocabulario y expresiones que requieren algún añadido, etc. Son notas de las que ayudan mucho al lector no especialista, que somos la mayoría. Luego la introducción de Millán Alba también es bastante buena; al ser filólogo, se centra casi más en la forma del texto que en el contenido (yo como historiador que trabaja con literatura hubiera insistido más en el valor del texto como fuente histórica), pero sitúa al lector en el contexto y apunta alguna idea realmente interesante.
En definitiva, que sí se puede comprar. Como toda la "Biblioteca Aurea" que está publicando Cátedra, son libros algo elevados de precio, pero todos son títulos clásicos de los que nunca desentonan en una biblioteca. Entre gastarse 40 euros en este libro o 20 y 20 en dos libros de memorias de los miles que circulan ahora por ahí, yo lo tendría bastante claro.
Un saludo y de nada.
Empiezas a darme un bastante de envidia. Da la impresión de que tu vida, Paco, es cada día más emocionante, aunque seguro que en todos estos encuentros hay la suficiente carga de vodevil madrileño para que nos acordemos todos de que no debemos tomarnos demasiado en serio casi nada de lo que nos pasa, incluyendo los elogios que nos hacen, la solemnidad de los actos sociales a los que somos convocados o la fama de quienes nos estrechan la mano. Una curiosidad, el Pimentel al que te refieres ¿tiene algo que ver con el que fue ministro de trabajo heterodoxo y fugaz del amigo Aznar?
ResponderEliminarAmigo Montesinos: te garantizo que mi vida no es tan emocionante como pudiera parecer. Evidentemente, y como te decía en privado, todo Congreso tiene su trastienda y su parte más distendida, que es donde realmente se conoce a la gente. En verdad - y mis compañeros de despacho lo saben - yo soy muy poco de asistir a congresos multitudinarios. En Madrid he estrechado la mano a gente muy conocida y de un "caché" intelectual considerable; el tiempo dirá si es el principio de una buena amistad y si al final es solamente eso, un apretón de manos a un tipo que se ha pasado por aquí.
ResponderEliminarAclaro tu duda porque no eres el primero que me lo pregunta: Juan Pimentel es bastante más joven que Manuel Pimentel y - hasta dondé yo sé - no tiene nada que ver con él. A ti que te gusta mucho la microhistoria, te recominedo encarecidamente - y para cuando tengas tiempo - la lectura del último libro de Juan ("El rinoceronte y el megaterio", Abada Editores, 2010), un soberbio ensayo de historia cultural del que escribí una reseña que colgué hace unos días en este mismo blog.
Muchas gracias por la información. la aclaracion acerca del tipo de notas no es lo de menos y desde luego, el último párrafo lo dice todo.
ResponderEliminarun saludo cordial,
Me alegra muchísimo esa vitalidad y ese entusiasmo que le pones a todo, Paco. Si eso es un relámpago, qué no será el trueno.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias, Juan Antonio.
ResponderEliminarMe alegra mucho tu comentario porque durante estos días en Madrid también me acordé de ti. Fui durante mi visita a una excelente y emotiva exposición - "Miguel Hernández: la sombra vencida (1910-2010) - sobre Miguel Hernández que hay - había, porque justo hoy se clausuraba - en la Biblioteca Nacional. Ignoro si algún día llegará a Valencia (lo dudo, sinceramente), pero sería una suerte porque en verdad me pareció un montaje precioso e ideal para una visita con alumnos de instituto (vi a algunos por allí con su profesor), con varios audiovisuales y una variedad documental muy grande, todo muy bien explicado. Me quedé con la parte relativa a la censura de sus obras, donde vi algunas cartas de ministros y altos cargos del franquismo sencillamente terribles de tan absurdas.
Un abrazo y, si no nos vemos antes por la biblioteca, nos vemos en la presentación del libro.