07 noviembre, 2009

El amor en los tiempos de Baroja


Andrés Hurtado, protagonista de El árbol de la ciencia, tiene dos amigos del alma en la novela, dos amigos de la facultad con los que discute y se reconcilia, con los que forma un triángulo más que curioso. Son Julio Aracil y Montaner. Lo que quizá no sabe mucha gente es que para la creación de estos personajes de la ficción, Baroja se inspiró en dos amigos suyos de juventud: Carlos Venero (Aracil) y Pedro Riudavets (Montaner).

En 1909 (dos años antes de la publicación de El árbol de la ciencia), Venero publicó su novela Amor de verano y le pidió a su amigo Baroja que le escribiese el prólogo. Es un prólogo corto (apenas 5 páginas) y no muy conocido, pero tiene el inestimable valor de constituir uno de los escasos testimonios en los que Baroja habla de su relación real con las mujeres. En concreto, y como la novela de Venero trataba de ese mismo tema, Baroja se atreve a contar la primera vez que casi estuvo enamorado. Sin dejar de ser una anécdota, la finísima e inigualable ironía con la que Baroja explica este desconocido episodio, ha hecho que algún biógrafo del escritor vasco haya hablado de este pasaje como de "lo más tierno y gracioso que he leído de Baroja" (Eduardo Gil Bera, Baroja o el miedo, Península, 2001, p. 99).

No sé si diría tanto, pero desde luego, confieso que son unas palabras que, al menos a mí, me parecen de un dominio de la ironía y el humor literario sublimes:

[...] tengo que confesar, porque además no puedo consentir que sólo Venero cuente esas cosas, que yo también en aquella época, que no me parece un tesoro ni mucho menos, casi estuve enamorado. Se trataba de una muchachita a quien veía todas las tardes, a primera hora, por la plaza Mayor. Un día la seguí, y unas semanas después me atreví a hablarla y hasta a acompañarla. Era bordadora, y trabajaba en un taller de la calle de Segovia. Ella tenía catorce o quince años, y le parecía bien un novio señorito y estudiante. Me dijo que no le gustaba que la vieran con un hombre, y que, si quería, podía ir a esperarla al taller al hacerse de noche. Al día siguiente fui y la acompañé hasta su casa.

¡Y lo que es la estupidez y la pedantería que produce el leer libros! En vez de hablar de cualquier cosa agradable, hablé no sé de qué, de filosofía, del Eclesiastés, de todo lo que no venía a cuento, y ella la pobrecilla, aburrida, después de decir sus timos madrileños, que yo apenas me digné a escuchar, se paró antes de llegar a su casa y me preguntó, mirándome a los ojos, con una voz triste: "¿Es usted catedrático?". Y yo sentí tal humillación, que me fui a casa pensando que era el hombre más miserable y más ridículo del planeta.

Pío Baroja, Prólogo a Carlos Venero, Amor de Verano, Madrid, 1909, en Pío Baroja, Obras Completas, Vol. XVI, Barcelona, Círculo de Lectores, 1999, p. 547.

2 comentarios:

  1. Delicioso y cruel pasaje. Lo he vivido como si el propio Baroja me lo contara al oído. Gracias por compartirlo.

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  2. De nada, Eduardo. Es curioso lo de este delicioso pasaje. Lo vi citado en una biografía de Baroja. Luego estuve buscando el libro de Venero y no lo encontré, sin saber que tenía en el texto en uno de los tomos de las "Obras Completas" de Baroja que tengo en una estantería en mi habitación (son miles y miles de páginas con las que todavía no me he familiarizado del todo). Por cierto, fue precisamente tu amigo Sánchez-Ostiz quien, haciendo gala de extraordinaria erudición barojiana, me indicó la ubicación exacta de ese texto.

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