07 diciembre, 2009

Juan Planas Bennásar - Tratado de las cosas sin nombre


Leo por tercera vez en veinte días el nuevo poemario de Juan Planas Bennásar, Tratado de las cosas sin nombre (Calima Ediciones, 2009). Lo leo después de haber disfrutado este pasado verano con la lectura de otros libros de Juan Planas y después de haber asistido a la presentación de este último poemario en Valencia, hace tan sólo unos días.

Como dije aquí mismo, hablando de
El bálsamo de la indiferencia (Calima Ediciones, 2008), por mi condición de historiador y de crítico literario dedicado sobre todo al género ensayístico, la cantidad de poemarios que integran mi régimen personal de lecturas suele ser bastante magra. No quiero decir con esto que los historiadores no lean poesía; quiero decir que en mi caso, mis obligaciones lectoras me alejan de un género al que últimamente, sólo acudo - menos mal - movido por el sincero interés en conocer la voz poética de distintos amigos que todavía alimentan esa parte de mi cerebro que, de otra forma, hace ya tiempo que estaría atrofiada u ocupada en otros menesteres, sin duda menos elevados.

Dicho esto, quiero decir seguidamente que lo primero que me ha llamado la atención de este Tratado de las cosas sin nombre es su marcado perfil autobiográfico y su decidido tono íntimo y personal. Como no oculta el autor en algún momento del libro, este poemario culmina de alguna forma a los que le precedieron, cerrando así un ciclo si no vital, si al menos creativo. Como evidencian unos versos indicativos, se impone un repaso del camino recorrido, un recuento de lo vivido: "Es la hora del recuento en las alforjas / del vacío inventario del vacío. La fiebre / que me venció en Paris o la melancolía / de las aves cruzando Hyde Park [Aquí los nombres / son sólo parte del paisaje y de los estado de ánimo, / un lugar transitorio como la soledad perenne] El sexo / más allá del hastío en Valencia. Las miradas de amor / naufragando en los muelles de Barcelona. El refugio / ficticio en Palma y el hábito de hurgar en las grietas / cómplices de Babel: el error subterráneo de las religiones / y las ciencias".

En esta clave autobiográfica es como también entiendo la multitud de voces presentes entre los versos de este gran poema. Dando en parte la razón a Harold Bloom y a su teoría sobre la ansiedad de la influencia, en el poemario de Planas adivino esas voces de los grandes poetas que pesan cual espada de Damocles; voces que hacen inútil la lucha de todo poeta por desembarazarse de su presencia, de su alargada sombra. En este Tratado no hay, como nos recuerda el autor en su nota final, ninguna instrucción de lectura. No está el protocolario exergo inicial, ni las citas llamadas "de autoridad". Sin embargo, el poema en sí es un ejercicio de polifonía bajtiniana en el que el lector avezado puede entrever muchas caras familiares, muchas referencias veladas a ese "colegio invisible" de cuya maestría es en parte deudora la poesía de Planas.

Por debajo de esta pátina autobiográfica, o quizá por encima, se encuentra la que es sin duda, la lucha fundamental emprendida por el autor en estas páginas; esa lucha, esa pugna denodada no es otra que la de tratar de domesticar el lenguaje, de someter la realidad: "Intentamos domar el lenguaje y así el mundo". Esta tarea que se impone el poeta es, sin embargo, una misión imposible, una lucha quimérica porque, como se resigna Planas: "el mundo es enorme y las palabras / son ajenas a la verdad, salvo si la inventan". La poesía deviene entonces una mera tentativa, un intento del lenguaje por aprehender el mundo y por capturar una realidad construida por esas cosas que no tienen ni pueden tener nombre.

Esa misma incapacidad del lenguaje es en el poema de Planas nuestra incapacidad para hacer nuestro el mundo y para poseer todo aquello que, irremisiblemente, se nos escapa: "Todo nos pertenece / pero no es nuestro. Lo palpamos ajeno y distante, ártico y ensimismado". En estas condiciones, cada segundo, cada milésima ganada, es un triunfo contra la tiranía del tiempo, un robo justificado: "El tiempo nos arrienda los instantes. Se los robamos". En esta lucha titánica del hombre contra lo efímero del tiempo, contra lo arbitrario de la existencia, "un instante apresado es un lunar indeleble", una victoria parcial que presagia la derrota final y definitiva.

Ese es para mí el sentido de este Tratado de la cosas sin nombre elaborado por Juan Planas. Como dije en la presentación del libro, ya desde el mismo título se percibe un lejano pero innegable "aire de familia", nunca mejor dicho, entre el tratado de Planas y el archicitado Tractatus de Wittgenstein. Simplificándolo mucho, es verdad que poeta y filósofo vienen a coincidir en lo fundamental: hay ciertas cosas - esas cosas sin nombre -, ciertos lugares, a los que el lenguaje es incapaz de llegar. No hay manera. Sólo nos queda resignarnos o, como nos dice Juan Planas, segur intentándolo por siempre, sin cesar en un empeño que, aun sabiendo estéril, nos resulta inexcusable: "Nos queda / el desafío permanente y obsesivo / de hurgar en el verbo para hallarle / un nuevo nombre al reino desprendido / de las cosas".


- Fragmentos de Tratado de las cosas sin nombre (Calima, 2009), de Juan Planas Bennásar, en Ojos de Papel, noviembre de 2009 [
aquí].

2 comentarios:

  1. Muchísimas gracias, querido Francisco, por dejar constancia, tan acertada como generosa, de esas cosas que escribo para no tener luego que explicarlas;-)

    De todas formas, si hay un autor con poco o ningún peso en mi obra es Wittgenstein. A mí sólo me interesa hablar, precisamente, de lo que no puede hablarse (en modo alguno:-)

    Un muy fuerte abrazo!

    Juan Planas

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  2. Me creo lo de Wittgenstein, amigo Juan. Como dije en la presentación, ese "aire de familia" venía sobre todo por el tema de la incapacidad del lenguaje y por las inevitables resonancias que me sugería la palabra "tratado". También dije en Valencia que, al margen de esas coincidencias, es evidente que el texto de Wittgenstein no ejerce ninguna influencia directa sobre tu poemario; es más, como tú bien dices, lo que haces es llevarle la contraria: hablar de lo que no se debe, de lo innominable.

    Un abrazo y enhorabuena una vez más.

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