A los quince años escapé de los matones que me golpeaban regularmente en el patio del colegio (matones que yo asumía que de algún modo se desvanecerían una vez el capitalismo fuera superado) para trasladarme al Hutchins College de la Universidad de Chicago. (Esta es la institución inmortalizada por A.J. Liebling como «la mayor colección de neuróticos desde la Cruzada de los Niños»). Yo tenía un proyecto en mente: reconciliar a Trotsky y las orquídeas. Quería encontrar algún marco intelectual o estético que me permitiera — dicho con una conmovedora frase de Yeats con la que me crucé — «fundir en una sola imagen realidad y justicia». Por realidad yo entendía, más o menos, aquellos momentos wordsworthianos en los cuales, en el bosque de Flatbrookville (y especialmente en presencia de ciertas orquídeas de raíz coralina y de las más pequeñas y amarillas lady slipper) me había sentido tocado por una inspiración, por algo de importancia inefable. Por justicia entendía aquello por lo que luchaban Norman Thomas y Trotsky: la liberación de los débiles de la opresión de los fuertes. Buscaba un camino para ser al mismo tiempo un intelectual esnob y un amigo de la humanidad, un ermitaño solitario y un luchador por la justicia.
Richard Rorty, "Trotsky y las orquídeas silvestres", en Pragmatismo y política, Traducción de Rafael del Águila, Barcelona, Paidós, pp. 27-47, 1998.
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