Decía Roberto Arlt en una de sus magníficas Aguafuertes Porteñas, titulada "El aburrimiento del domingo", que "el placer de no trabajar estriba en que los otros trabajen". Decía este gran escritor argentino que odiaba los domingos porque es un día en el que nadie trabaja y porque, en esas condiciones, "la pereza propia no tiene ningún placer, como ocurre los días hábiles".
Me he acordado de este texto de Arlt esta mañana cuando me he pasado por la Biblioteca de la Universidad. Al entrar a devolver un libro, he recordado que la Biblioteca ya está abierta 24 horas porque estamos en pleno período de exámenes (en realidad los exámenes empiezan el martes). Como también quería consultar un par de libros, he visitado un par de salas y al contemplar el panorama de decenas de alumnos con los codos hincados sobre las mesas, unos sudando o maldiciendo, otros enviándose sms con el móvil o echando una cabezadita con una lata de Red Bull como testigo (se ve que las noches son largas), se me han cruzado por la mente dos sensaciones contradictorias. Por un parte, no he podido evitar el solidarizarme mentalmente con aquellos heroicos y abnegados compañeros que no se dan por vencidos y quieren resarcirse en septiembre de esos errores pasados.
Sin embargo, debo ser sincero y reconocer - mea culpa - que, junto a esta lástima natural y comprensible, he experimentado, siquiera por segundos, una sensación no menos humana, que me ha recordado un gran artículo de Baroja titulado "Dulce egoísmo". Sin quererlo ni buscarlo deliberadamente, he sentido ese placer al que aludía Arlt: esa realidad agradablemente sádica de comprobar que los demás trabajan, mientras tú descansas; que tu dicha y solaz contrastan con el padecimiento ajeno. Lejos de provocarme un sentimiento cristiano de culpa, ver a todo el mundo sufriendo con apuntes y calculadoras, mientras yo paseaba por la biblioteca "tan pancho", me ha resultado egoístamente novedosa y estimulante.
Supongo que quienes hayan sido estudiantes sabrán a qué me refiero. Para los que no lo hayan sido, o ya no recuerden esa estampa, les reproduzco el texto de Baroja. Es un poco largo pero, a mi juicio, es impagable. No se puede expresar un sentimiento tan teóricamente injusto y desagradable, tan políticamente incorrecto, de forma tan sutil e irónica, con tanto estilo:
Dulce egoísmo
"Un señor muy elegante que me han presentado, pero que no recuerdo cómo se llama, me dice, acompañando la palabra con una simpática sonrisa:
- No sabe usted lo que me gusta el invierno.
- ¿Le sienta a usted bien? - le pregunté, viendo que, a pesar de su aspecto de currutaco, se nota que está fatigado.
- No; suelo padecer reuma.
- ¿Tiene usted un plan, algo que hacer?
- ¡Oh, no! Soy rico, y no trabajo.
- ¿Piensa usted divertirse?
- No crea usted...
- ¿No le gusta a usted el teatro?
- No; yo apenas voy al teatro.
- ¿Frecuenta usted reuniones, bailes, sin duda...?
- No, no; tampoco.
- ¿Le gusta a usted pasar las veladas en casa leyendo?
- No. ¡Ca!
- ¿Tiene usted algún proyecto?
- ¡Oh! Ninguno
"¿Por qué le alegrará a este hombre que venga el invierno?", me he preguntado.
Hemos salido juntos a la calle. Hacía una niebla helada que penetraba en los huesos; los globos eléctricos en sus altos soportes se veían al través de una gasa de niebla azulada.
En la calle andaban unos cuantos golfos descalzos, con los brazos cruzados sobre el pecho, con un aspecto de micos, saltando para calentarse.
- ¿Sabe usted lo que hace que me guste el invierno? - me ha preguntado el señor amable con una ingenua sonrisa.
- ¿Qué?
- Pues pensar que hay gente que tiene frío cuando yo estoy entre mantas; que hay gente que no come cuando yo estoy en la mesa. Es una tontería, ¿verdad? - ha añadido el señor amable, sonriendo.
- No, no es una tontería.
- ¿De veras no le parece a usted una tontería?
- ¡Qué me ha de parecer una tontería! Me parece muy bien, pero que muy bien.
Y el señor amable y yo nos hemos despedido amablemente, cambiando la más afectuosa de las sonrisas".
Pío Baroja, "Dulce egoísmo", Obras Completas, Tomo XIII, Círculo de Lectores, pp. 137-138.
Me he acordado de este texto de Arlt esta mañana cuando me he pasado por la Biblioteca de la Universidad. Al entrar a devolver un libro, he recordado que la Biblioteca ya está abierta 24 horas porque estamos en pleno período de exámenes (en realidad los exámenes empiezan el martes). Como también quería consultar un par de libros, he visitado un par de salas y al contemplar el panorama de decenas de alumnos con los codos hincados sobre las mesas, unos sudando o maldiciendo, otros enviándose sms con el móvil o echando una cabezadita con una lata de Red Bull como testigo (se ve que las noches son largas), se me han cruzado por la mente dos sensaciones contradictorias. Por un parte, no he podido evitar el solidarizarme mentalmente con aquellos heroicos y abnegados compañeros que no se dan por vencidos y quieren resarcirse en septiembre de esos errores pasados.
Sin embargo, debo ser sincero y reconocer - mea culpa - que, junto a esta lástima natural y comprensible, he experimentado, siquiera por segundos, una sensación no menos humana, que me ha recordado un gran artículo de Baroja titulado "Dulce egoísmo". Sin quererlo ni buscarlo deliberadamente, he sentido ese placer al que aludía Arlt: esa realidad agradablemente sádica de comprobar que los demás trabajan, mientras tú descansas; que tu dicha y solaz contrastan con el padecimiento ajeno. Lejos de provocarme un sentimiento cristiano de culpa, ver a todo el mundo sufriendo con apuntes y calculadoras, mientras yo paseaba por la biblioteca "tan pancho", me ha resultado egoístamente novedosa y estimulante.
Supongo que quienes hayan sido estudiantes sabrán a qué me refiero. Para los que no lo hayan sido, o ya no recuerden esa estampa, les reproduzco el texto de Baroja. Es un poco largo pero, a mi juicio, es impagable. No se puede expresar un sentimiento tan teóricamente injusto y desagradable, tan políticamente incorrecto, de forma tan sutil e irónica, con tanto estilo:
Dulce egoísmo
"Un señor muy elegante que me han presentado, pero que no recuerdo cómo se llama, me dice, acompañando la palabra con una simpática sonrisa:
- No sabe usted lo que me gusta el invierno.
- ¿Le sienta a usted bien? - le pregunté, viendo que, a pesar de su aspecto de currutaco, se nota que está fatigado.
- No; suelo padecer reuma.
- ¿Tiene usted un plan, algo que hacer?
- ¡Oh, no! Soy rico, y no trabajo.
- ¿Piensa usted divertirse?
- No crea usted...
- ¿No le gusta a usted el teatro?
- No; yo apenas voy al teatro.
- ¿Frecuenta usted reuniones, bailes, sin duda...?
- No, no; tampoco.
- ¿Le gusta a usted pasar las veladas en casa leyendo?
- No. ¡Ca!
- ¿Tiene usted algún proyecto?
- ¡Oh! Ninguno
"¿Por qué le alegrará a este hombre que venga el invierno?", me he preguntado.
Hemos salido juntos a la calle. Hacía una niebla helada que penetraba en los huesos; los globos eléctricos en sus altos soportes se veían al través de una gasa de niebla azulada.
En la calle andaban unos cuantos golfos descalzos, con los brazos cruzados sobre el pecho, con un aspecto de micos, saltando para calentarse.
- ¿Sabe usted lo que hace que me guste el invierno? - me ha preguntado el señor amable con una ingenua sonrisa.
- ¿Qué?
- Pues pensar que hay gente que tiene frío cuando yo estoy entre mantas; que hay gente que no come cuando yo estoy en la mesa. Es una tontería, ¿verdad? - ha añadido el señor amable, sonriendo.
- No, no es una tontería.
- ¿De veras no le parece a usted una tontería?
- ¡Qué me ha de parecer una tontería! Me parece muy bien, pero que muy bien.
Y el señor amable y yo nos hemos despedido amablemente, cambiando la más afectuosa de las sonrisas".
Pío Baroja, "Dulce egoísmo", Obras Completas, Tomo XIII, Círculo de Lectores, pp. 137-138.
Temo que las pasiones a las que se refieren tu post y Baroja son algo "bajas". Cuando estuve en Cuba mi acompañante y yo no parábamos de solazarnos con la certidumbre del frío y la depresión del frío que aquí pasábais. Estas victorias siempre son pírricas. Yo alcancé el secreto de la sabiduría -perdón por la inmodestia- el día en que dejé de desear que a mi ex le fuera mal en su vida amorosa possterior a mí. Por otra parte, tiene sus ventajas que la mayoría de gente esté descansando, se percibe menos agresividad en las calles, lo cual, cuando se vive en una gran ciudad, tiene su miga. Te transcribo una discusión que presencié en una gasolinera, cuando el encargado y un cliente tuvieron un mal entendido y cruzaron palabras en tono alto y hostil. Al final, el cliente -era domingo- dijo:
ResponderEliminar-¿Sabe lo que le digo, jefe? Que yo me voy de fiesta y usted se queda aquí en el tajo, pringao.
Pírrica victoria, insisto.
Hablabas ayer de Ted Kennedy. Curioso, los Kennedy son lo más parecido a una aristocracia norteamericana, si tal cosa no fuera contradicción en la tierra que presume de su condición plebeya. Siempre me he preguntado si no fue una jugarreta irónica del destino el asunto de Chappaquiddick, que dejó a la intemperie la moralidad del personaje -no sé si con justicia o sin ella- y agrandó la leyenda oscura de la luminosa familia irlandesa de Massachussets. Yo siempre he sospechado que era un tipo bastante más gris y menos seductor que sus hermanos. De haber llegado a la Casa Blanca -y sin Chappaquiddick habría llegado, no lo dudo- quizá la leyenda de los Kennedy se habría teñido de gris... Pero todo esto solo es una especulación, claro.
A mí me pasa lo contrario que a Baroja y Arlt; cuando me he metido en la piel de tipo que escribe y que no hace otra cosa en la jornada, he sentido esa sensación de libertad y de trabajar para uno mismo que a veces no se parece al trabajo. Y he sentido una cierta desconexión con el resto del mundo, a veces algo amarga.
ResponderEliminarPor eso, al llegar un día festivo, un dia entre semana que es fiesta, he trabajado más a gusto, sintiendome menos culpable por realizar una actividad a la que quizá estaba encaminado, pero que la sociedad de la producción y del consumo te recrimina en silencio hasta la opresión.
un abrazo,
Amigo Montesinos: entiendo perfectamente lo que dices. Ten en cuenta que, como camarero durante ocho años que he sido, sé muy bien lo que es trabajar cuando los demás tienen fiesta. Eso que le hizo el tipo al de la gasolinera me lo hicieron a mi muchos comensales de bodas.
ResponderEliminarSobre lo de las victorias pírricas, está claro que sí, que son consuelos transitorios. Sin embargo, proporcionan algunos de esos pequeños placeres de la vida. El caso de esta mañana en la biblioteca es un poco sádico, pero hay otras formas. Yo siempre he dicho que, por raro que parezca, lo que más me relaja en esta vida es pasear por el centro de Valencia sin ton ni son. En los años en los iba a clases de alemán al centro de Valencia, solía ir siempre de "puto culo", caminando atrotinado y con el agobio del que tiene un clase, sin disfrutar del paisaje urbano. Algún viernes por la tarde, con la semana terminada y las obligaciones cumplidas, hacía exactamente el mismo trayecto pero sin prisa ninguna, regodeándome y analizando cualquier detalle. Eso me relajaba. Y bueno, la próxima vez que quedemos por la facultad iremos a mi cafetería preferida a tomar café. Es un horno-cafetería de estos modernos al que llevo yendo muchos años, en pleno Blasco Ibáñez. Voy muchos días a tomar el café de después de comer porque me relaja sobremanera. El motivo es muy sencillo: me tomo el café sentado en un taburete, apoyado en una barra. frente a un enorme ventanal desde el que se ve todo lo que pasa en plena calle. Como al personaje del texto de Baroja, me encanta ver que y estoy allí sentadito dsfrutando de mi café con leche y escuchando música, al margen del tiempo, mientras en la calle contemplo el caos de la vida urbana: el tipo que le grita "cabrón" al que se salta el semáforo, la mujer que va empujando a los niños para que crucen la calle, los ejecutivos trajeados y los estudiantes sofocados con los apuntes en la mano. Es todo un mirador al mundo, de verdad.
Amigo Eduardo: también entiendo tu postura. También paso temporadas enteras escribiendo (este mes de agosto no he hecho otra cosa) y he experimentado el contraste ése del que hablas: por un parte soy feliz haciendo lo que quiero. A veces siento la necesidad de salir y relacionarme con mis semajantes (esta mañana, por ejemplo), pero, si te he de ser sincero, se me pasan pronto, a no ser que haya quedado expresamente con un amigo. A eso si que no digo nunca que no.
Si no la conoces, te recomiendo encarecidamente que busques en Youtube (un día quise colgarla aquí pero son muchas partes), la entrevista que le hicieron a Cortázar en el programa "A Fondo" de Televisión Española. En un momento de la entrevista de lo mismo que tú, del escritor que trabaja sólo. Dice que es un hombre al que nunca le gustaron los horarios y que escribe cuando quiere, sin ningún tipo de disciplina impuesta.
En lo de los días festivos sí que disiento: a no se que implicarán un "puente" en la vida académica, nunca me gustaron esos días (quizá también es porque la mayoría me los pasaba trabajando de camarero).
Un abrazo a los dos.
PS: Montesinos, lo de Kennedy lo he puesto está tarde también. Me he enterado hoy de que murió ayer por la noche. En la prensa son todo alabanzas y Obama ha dicho que es el mejor senador de la historia. A buenas horas lo dice. Siendo todo lo importante que queramos, todo el mundo reconoce que en vida fue un segundón. Siempre se ha dicho que el mejor político de los tres era Bobby. JFK tenía el carisma que le faltaba a éste, pero Bobby era el mejor político. Ted iba para presidente (se quería presentar, vamos) pero le pasó lo del escándalo ése y tuvo que reciclarse en senador por Massachusetts, que no es poca cosa.
Le han salido "las bajas pasiones" en ese post.Creo que todos sabemos de esos regodeos, lo que ocurre que a mí no me pasa en la biblioteca, ahí siempre he sentido lo contrario:envidia, auténtica envidia de esas personas cuya única actividad es estudiar,estar allí, en otros mundos y en otras épocas (yo siempre he dicho que deberían pagarme por leer, pero no encontré quien lo hiciera).Ahora que he vuelto a ser estudiante pero que desde luego no es mi única actividad, es un auténtico placer entrar en la biblioteca y convertirme en uno de esas personas que usted vió esa mañana. Ese placer se multiplica cuando eso puedo hacerlo (tomando algún dia libre o en vacaciones) mientras los demás "trabajan".
ResponderEliminarAsí que:señor Fuster, lo siento pero ésta vez no estamos de acuerdo, al menos ,no en el ejemplo .
R.S.R.
La fuerza de la paradoja, del contraste entre esas dos ideas antitéticas: un hombre amable, de simpática e ingenua sonrisa, que encubre un sentimiento cruel: sentirse feliz por el mal ajeno, el frio y el hambre de su prójimo, mientras él disfruta del calor y la saciedad. Pero no sólo es esta antítesis -que queda subrayada magistralmente por ese adverbio final que incluye al propio narrador ("Y el señor amable y yo nos hemos despedido amablemente, cambiando la más afectuosa de las sonrisas"), de una gelidez protocolaria que desazona- lo fundamental de este texto, sino el corolario de aquello que esa paradoja expone: la banaldad del mal.
ResponderEliminarEn ningún momento el personaje muestra ante su sentimiento sorpresa o turbación. Él -elegante, rico, en contraposición a esos golfos descalzos que saltan como micos para calentarse- sólo lo valora como "tontería", un pensamiento chocante, más allá de cualquier valoración moral. Y el narrador, de nuevo, subraya la paradoja: "Me parece muy bien, pero que muy bien".
Paradoja y banalidad del mal, dos temas bien cercanos a nuestro Baroja que, como dices, Paco, el autor escribe con inconfundible estilo.
Qué diferencia con lo que tú -según escribes- has experimentado ante los alumnos de la Biblioteca: dos sensaciones contradictorias, expresando además un sentimiento de "culpa" por sentir placer por el percance ajeno.
Grados de humanidad, ciertamente, valor ético, y la necesidad de ponerse en el lugar del "otro".
Amiga R.S.R., yo siempre he dicho que la vida del estudiante es una vida privilegiada si la comparamos con otras. He pasado tantas horas en esa biblioteca que me conozco cada rincón, y he disfrutado mucho en ella. Lo que ocurrió ayer es algo inevitable. Muchas veces he sido yo el que intentaba concentrarme para leer y otros los que se pasaban el día allí de charreta y dando por saco, jugando con el portátil o haciendo ruidos. Muchos de esos son los que luego se sofocan cuando vienen los exámenes. La gente que suele ir a la biblio durante el curso (ya casi nos conocemos todos de vista), no es la misma que va estos días. Por eso le digo arriba en los comentarios a Montesinos que, no el placer de hacer lo que siempre haces con presión, pero sin ella, me resulta sublime.
ResponderEliminarAmigo Juan Antonio, me gusta que como buen filólogo, destaques el estilo barojiano. Lo que más me llamó la atención cuando leí el artículo fue eso. El tema del texto no es nuevo y seguro que hay mil ejemplos. Sin embargo, la sutileza barojiana es inimitable. La forma en que está construido el diálogo, con el narrador interrogando continuamente, te hacen presagiar un desenlace que luego resulta ser el contrario. El rico que intenta justificarse, pensando que es el único que disfruta con el mal ajeno, y el otro que le parece de lo más normal y razonable. Como tú bien dices, la banalidad del mal y la paradoja son temas muy barojianos.
Lo del domingo me resulta espectacularmente familiar:-)
ResponderEliminarY que lo digas, Juan. A mi me pasa lo mismo. La mayoría de camareros de donde trabajaba, ansiaban trabajar viernes y sábado para poder librar el domingo. Recuerdo uno que siempre me decía: "yo domingo no trabajo; el domingo es el día del señor". A mi, en cambio, me gustaba más librar el viernes (los viernes por la tarde los dedicaba a esos paseos sin sentido por la ciudad) y trabajar sábado y domingo, porque siempre he odiado las angustiosas tardes de domingo. De saber lo que me esperaba al día siguiente (levantarme a las 7 de la mañana, y más en pleno invierno), no disfrutaba con ninguna actividad dominical. Un suplicio...
ResponderEliminarPaco Fuster